"A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido."
El
siguiente paralelo hecho por el Señor, nos presenta la necesidad de tener una
actitud adecuada para acercarnos a Dios. El versículo 14 en su primera parte
dice: “Les digo que el cobrador de impuestos volvió a su casa ya perdonado por
Dios, pero el fariseo no...”. Esta es la triste conclusión de esta
historia. Pero ¿Qué fue lo que hizo la diferencia entre el uno y el otro?. La
respuesta es sencilla...LA ACTITUD. Cuando hablo de actitud me refiero a la
postura que asumimos ante las cosas. Tenemos varias maneras de reaccionar ante
un hecho, y la forma en que lo hacemos determina mucho el resultado.
Lucas
nos dice que el Maestro dirigió esta parábola hacia: “Unos que confiaban en sí mismos
COMO JUSTOS, y menospreciaban a los otros”. V 9 . Es decir, que estos tenían
una actitud totalmente errada. Esto fue lo que determinó que el fariseo que era
un hombre que tenía un amplio conocimiento de la ley y que observaba muchas
tradiciones religiosas, no consiguiera ser justificado. Al orar, hablaba consigo mismo. Su oraciòn no trataba acerca de Dios, sino hacerca de èl. Lea el texto y vea las expresiones: "Te doy"; "No soy"; " Doy diezmos"; "Ayuno", etc.
Sin embargo, el
publicano, que por el hecho de ser un recaudador de impuestos para el imperio
romano se le consideraba como un pecador, fue justificado, porque su actitud
fue humilde. Al orar, no queria siquiera levantar sus ojos al cielo.
El rey David lo escribió en el Salmo 51:17: “Los sacrificios de Dios son el
espíritu quebrantado; AL CORAZON CONTRITO Y HUMILLADO NO DESPRECIABÁS TU, OH DIOS”.
El
fariseo se sentía merecedor de la salvación. El oraba consigo mismo, no con
Dios, confesaba los pecados de otros, no los suyos. Tampoco esperaba que otros
le alabaran por su buena conducta, sino que él mismo se encargaba de hacerlo.
Su actitud era altanera y orgullosa. Si algo podemos aprender de él es a no
hacer como él hizo. "Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde,
Mas al altivo mira de lejos." (Salmos 138:6)
Mas al altivo mira de lejos." (Salmos 138:6)
Además podemos ver en su caso demostrado una vez más que es
tan importante LO QUE HACEMOS como EL MOTIVO QUE NOS MUEVE A HACERLO. Este
hombre, según sus propias palabras, tenía una conducta intachable y además se
ocupara en buenas obras (Véase V.12), pero nada de esto le sirvió porque lo
hacía para justificarse a sí mismo y no para agradar a Dios.
“Porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será
enaltecido.” V14b
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