Jesús
se encontraba realizando labores de predicación y sanidad en Perea y ciudades
del otro lado del Jordán cuando recibió la noticia de que su amigo Lázaro
estaba muy enfermo (Juan 10:40). Al recibir la noticia era época de invierno en
Israel, ya que Juan ubica los siguientes eventos unos seis días antes de la
Pascua que se celebraba en Marzo (Juan 12:1). En lugar de ir inmediatamente,
Jesús se quedó dos días más donde estaba, diciendo que la enfermedad de Lázaro
y su posterior muerte traerían gloria a Dios el Padre y a su hijo Jesucristo.
Este
fue el último gran milagro realizado por Jesús en Jerusalén y contribuyó a
atizar las diferencias entre una multitud dividida. Por una parte estaban los
que creían en él y por otro los que lo veían como un peligro (Ver Juan 7:12;
9:16). Finalmente, este incidente termino precipitando la decisión de los líderes
judíos de matarlo (Juan 11:53).
Cuando
el maestro anunció que regresaban a Judea sus discípulos le recordaron que
habían intentado apedrearlo allí (Juan
8:59; 10:39) y sin embargo él se disponía a regresar. La explicación que Jesús
les da es: “¿No tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque
ve la luz de este mundo; pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz
en él” Vs-9,10. Lo que las
palabras de Jesús significan exactamente no lo sabemos, pero es muy posible que
esté diciendo que cuando una persona anda conforme a lo planificado por Dios,
su proyecto se llevará a cabo porque Dios le sirve de luz, y no le pasará nada.
Recordemos que esta enfermedad traería gloría para Dios y para Cristo, es
decir, que ese propósito debía cumplirse.
Un
punto destacable de la narración de Juan es que Tomás, que también era llamado
Dídimo (El gemelo), mostró su punto más alto de fe, cuando le dijo a los otros
discípulos que fueran dispuestos a morir con Jesús, lo que también nos da a entender
que ellos sabían el riesgo que se corría.
Cuando
Jesús finalmente se acercaba a Betania, se enteró que Lázaro tenía 4 días de
muerto y que ya estaba sepultado. Parece que había muerto el mismo día que
recibió la noticia de su enfermedad, luego se detuvo dos días más en el lugar y
se tomó otro día más para llegar a la aldea. Claro está que no debemos pensar
que esto ocurrió por casualidad, sino que para que está muerte trajera
verdadera gloría para el Padre y el Hijo (11:40), era bueno que el cadáver de
Lázaro tuviera un nivel de descomposición que según su hermana Marta ya
hedía. Para los judíos, el alma de una
persona después de tres días de muerta estaba en un lugar de donde era
imposible retornarla. De manera que no se podía alegar que hubo un teatro o que
fue un acto de medicina moderna. Jesús incluso dice que se alegra de no haber
estado allí para que el milagro sea tan irrefutable que sus incrédulos
discípulos no puedan dudarlo (11:14,15).
Dada
la cercanía de la ciudad de Betania con la de Jerusalén, cuando Jesús llegó a
la ciudad encontró que muchos judíos de Jerusalén estaban con Marta y María
para consolarlas, lo cual aprovechó para demostrarle su señorío sobre la
muerte.
Las
hermanas de Lázaro mandaron a buscar a Jesús diciéndole que el que él amaba
estaba enfermo, la esperanza de ellas era que Jesús llegara a tiempo para
sonarle antes de morir (11:21), pero no habían considerado la posibilidad de
una resurrección inmediata, aunque decían Marta que cualquier cosa que Jesús
pidiera a su Padre la conseguiría, pensaba más bien en una resurrección en el
día final. Jesús consoló a Marta con palabras que aún hoy hacen eco en el
tiempo: “YO SOY la resurrección y la
vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo aquel que todavía está
vivo y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?. Vs.25,26 .
Marta todavía encontraba difícil creer que su hermano volvería a la vida en
esos momentos, sin embargo aceptaba la declaración de Cristo como válida y
consoladora para un futuro.
María
por su parte estaba en la casa en una actitud de contemplación y dolor cuando Marta su hermana
fue a decirle que el maestro había llegado y quería verla, porque aún estaba en
las afueras de la ciudad. Cuando ella salió para encontrarse con Jesús parece
que lo hizo con tanto ímpetu que los judíos presentes creyeron que iba al
sepulcro a llorar. María al encontrarse con Jesús cayó a sus pies y le repitió
las mismas palabras que Marta le había dicho: “Si hubieras estado aquí mi
hermano no habría muerto” v.32. Jesús fue conmovido por las expresiones
de dolor de María y también lloró. Es bueno saber que tenemos alguien que se
compadece de nuestro dolor y llora con nosotros cuando estamos tristes. Sin
embargo los judíos interpretaron sus lágrimas como una muestra de impotencia e
incapacidad para hacer otra cosa que no sea llorar. El maestro les pide que lo
lleven al sepulcro y que quiten la piedra, pero Marta una vez más, como la
parte activa de la familia, entiende que no vale la pena, pues hacía ya cuatro
días de su muerte. Como vemos, ella creía en Jesús como la resurrección y la
vida, pero no sabía que si ejercía un poco más de fe, podría ver la gloria de
Dios. Jesús hace una oración al Padre en medio de la multitud para demostrarles
que su comisión era divina y que Él no actuaba por su propia cuenta.
“Jesús alzó la vista y dijo: Padre, te doy gracias porque me has oído, Yo sabía
que siempre me oyes, pero lo dije por la gente que está aquí presente, para que
crean que tú me enviaste.” Vs. 41,42.
Finalmente
el maestro completa su milagro ordenando a Lázaro salir fuera. Este le obedece
y queda demostrado que Jesús no solo tiene poder para sanar enfermos, perdonar
pecados, calmar tempestades y andar sobre la mar, sino que también tiene
autoridad sobre la muerte.
Los
judíos usaban por costumbre envolver en vendas los cuerpos de sus muertos,
desde las axilas hasta los pies, y la cabeza la tapaban con una tela o sudario,
de modo que solo los hombros quedaban al descubierto. No sabemos como Lázaro
pudo llegar hasta la puerta del sepulcro teniendo la cabeza totalmente tapada
sin poder ver, pero se entiende que esto formó parte de lo sobrenatural del
hecho. Podemos imaginar el asombro total de la multitud ante tan grande
milagro. La gente quedó inmóvil y Jesús tuvo que ordenarles que le quitaran la
mortaja y lo dejaran ir. Así concluye Juan su narración sobre la resurrección
de lázaro, pero las reacciones no se hicieron esperar.
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