Esta parábola comienza diciendo que Jesús respondió,
pero si vemos el texto nadie le había hecho ninguna pregunta, más Jesús
respondía a la reacción que ellos habían asumido y la intención que tenían de
matarlo (Mateo 21:46)
Esta parábola tiene el mismo propósito que la de los
labradores malvados (Mateo 21:33-46): Mostrar lo que le sucederá a los que
rechazan al Mesías. “El
reino de Dios será quitado a ustedes y dado a gente que produzca los frutos de
él” (Mateo 21:43). En este caso, los publicanos, las rameras y finalmente
los gentiles.
.
Algunos
suponen que esta parábola es la misma de Lucas 14:16-24, pero si la
consideramos detenidamente nos daremos cuenta que tiene semejanzas, pero no es
igual. Por ejemplo, el que invita en Mateo es un rey que nadie puede darse el
lujo de ignorar. En Lucas el que invita es un hombre. En Mateo 22 la fiesta es
la boda del hijo del rey, en Lucas es una cena. La conclusión en Lucas es que “Ninguno de aquellos hombres que fueron
convidados, gustará mi cena”. Pero la conclusión en Mateo es que el rey se
enojó y “Destruyó a aquellos homicidas, y quemó su ciudad”, pues además de
despreciar la invitación, también afrentaron y mataron a los siervos de rey que
les mandó la invitación. Por tanto, en Mateo encontramos una enseñanza más
severa, que se relaciona directamente con Mateo 21:41, “A los malos destruirán sin misericordia”.
“El reino de los cielos es semejante a” (Se puede comparar con),
un rey que hizo una fiesta de bodas para su hijo. El gozo y el privilegio de
ser invitado a una boda real, se puede comparar con el gozo de ser parte del
reino de los cielos.
En esta parábola tenemos un rey
invitando a la gente a la boda de su hijo. Como era costumbre de aquel tiempo,
se enviaba la invitación sin fecha a los convidados, y cuando se acercaba el
momento de la celebración eran avisados
que el tiempo había llegado. Los siervos utilizados para anunciar la
boda del hijo eran los profetas y hombres de Dios que desde la antigüedad
amonestaron a Israel para que se mantuviera santo para su Dios y así estuvieran
preparados para la fiesta de bodas. Los
que mandaron a informar que el tiempo ya se acercaba y todo estaba listo fueron
Juan el Bautista, los 12 y los 70.
Los judíos recibieron la invitación al evento, pero no quisieron
venir. Prefirieron cada uno atender sus propios asuntos y poner excusas, pero
para el rey fue simplemente que “No
quisieron venir” y “Sin hacer caso
se fueron”. Finalmente la indiferencia se convirtió en violencia, y los
siervos que hacían la invitación fueron maltratados y algunos hasta matados
(Compare con Mateo 23:34-36).
Es bueno destacar dos cosas importantes. Por un lado, la incredulidad
y falta de amor a Dios es degenerativa. Las personas a veces comienzan
sintiendo hasta cierta simpatía por el evangelio de Cristo, pero cuando los
enviados de Dios expresan la necesidad de que los hombres cambien sus vidas y
dejen sus malos caminos, entonces sucede que muchos se vuelven indiferentes y
después activamente opuestos, atrayendo su propia destrucción.
Por otro lado, vemos la gran misericordia de Dios y su paciencia para
tratar con el hombre. No es su costumbre castigar al hombre sin primero darles
tiempo para que reconsideren su vida y se arrepientan. En el tiempo de Noé le dio
al hombre 120 años para que cambiaran (Génesis 6:3). A Manases le advirtió
sobre su mal comportamiento dándole tiempo para que cambiara (2Cronicas 33:10).
A algunos de la iglesia en Tiatira dio
tiempo para que se arrepintiera (Apocalipsis 2:20-22). A los judíos en esta
parábola le envía una primera invitación, después manda a avisar que la boda
está lista, luego los motiva al darles detalles de su preparación, y ni aun así
responden al llamado. El resultado de esta conducta es el castigo, que Dios a
través de ejército romano permitió. En el año 70 d. De J.C. el general Tito,
hijo del emperador Vespasiano, sitió la ciudad de Jerusalén y la quemó (Mateo
24:1,2,15,16; Lucas 19:41-44). La historia de este pueblo está tristemente
marcada por el rechazo que hicieron del Señor. Sin embargo, los Judíos que se
convirtieron a Cristo y oyeron su advertencia sobre este evento pudieron
escapar (Mateo 24:15-18).
Los siervos del Rey informaron que los convidados a la boda no eran
personas dignas, no porque habían nacido indignas, sino porque sus actitudes de
desprecio y violencia hacia los mensajeros de Dios los descalificaron como
personas merecedoras de una invitación tan especial. (Compare con Hechos
13:46).
La
orden del rey fue ir por los caminos, y llamar a todos los que encontraran.
Esto significa que el evangelio habría de llegar finalmente al mundo gentil,
pues Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34,35). Todos son invitados a
entrar, incluso las personas que muchos consideraban indignas para semejante
celebración, como eran las rameras y los publicanos. Lo único que nos
incapacita para entrar en la boda es que rechacemos la invitación de rey.
De manera que fueron todos invitados; buenos y malos (Según las normas
humanas de medir la cosas), aunque para Dios todos somos simplemente pecadores
(Romanos 3:10,23). La boda no fue cancelada, sino que el propósito del rey se
pudo cumplir y la boda de su hijo se celebró adecuadamente.
Cuando el rey entró para ver a los convidados, se encontró con un
hombre que no estaba vestido adecuadamente para la boda. Era un requisito del
rey que todos llevaran ropa adecuada para la boda, pero este hombre no quiso
sujetarse a las condiciones de rey, sino que hizo su propia voluntad, tal vez
pensando que nadie se daría cuenta, o que el rey en su bondad lo pasaría por
alto. Este hombre representa a todos aquellos que desean salvarse a su manera,
sin seguir el plan trazado por Dios. Es cierto que el rey abre las puertas a
todos, pero nadie debe abusar de su bondadosa hospitalidad. Hay que llevar un
ropaje adecuando como el rey lo señaló, vestidos del nuevo hombre, que desecha
toda hipocresía y mentira (Efesios 4:22-32; Apocalipsis 19:7,8).
La consecuencia triste de no ir adecuadamente vestido a la fiesta de
bodas fue el castigo, junto con los que habían rechazado la invitación. De modo
que no hay diferencia entre rechazar la invitación y tratar de aceptarla a
nuestra manera. Ambos están manifestando desprecio hacia el rey y su hijo. Los dos grupos son incluidos dentro de
los que son llamado, pero no escogidos. Dios llama a todos por medio del
evangelio, pero solo escoge a aquellos que con corazón sincero aceptan a Cristo
y viven una vida de santidad.
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