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martes, 1 de septiembre de 2009

CAMBIO DE DIAMANTES POR PEDRUSCOS

El hombre miró la fecha en el almanaque: 2 de diciembre. Entonces trazó una raya en la pared, junto a varias otras que ya había hecho antes. Sonrió con tristeza. Ya había cumplido siete de los diez años a que lo habían condenado por robar una computadora.

Entonces le dijo a su compañero de celda: «Pensar que me condenaron a diez años por robar una computadora de cincuenta mil dólares, y ahora esas mismas computadoras se venden en las tiendas a menos de cien dólares! Si la hubiera robado ahora, me condenarían sólo a sesenta días de cárcel.»

Esto es un chiste nada más. Un chiste publicado en una revista satírica popular. Pero encierra una verdad. Una gran verdad humana. Es que los humoristas y los novelistas penetran a veces profundamente en la problemática del hombre.

He aquí un hombre que, diez años antes, había robado una computadora. En aquel entonces era un equipo escaso y carísimo. Robar un aparato de esos era como secuestrar a un ministro o atentar contra un presidente. Pero en la actualidad esos aparatos se pueden comprar con poco dinero.

¿Y no es así como procedemos con casi todos los valores de esta vida? Le damos muchísimo valor a cosas que se destruyen con el uso y, enceguecidos por ellas, descuidamos las que tienen valor eterno. Despreciamos diamantes por pedruscos, y oro por hojalata.

Pensemos, por ejemplo, en el inmenso valor que tiene la fidelidad conyugal y una familia estable, unida y solidaria. Sin embargo, muchos hombres y muchas mujeres sacrifican esos valores humanos inmensos por un poco de placer prohibido o una aventura amorosa pasajera.

Todas aquellas cosas de la vida a las que hoy les damos valor excesivo, cuando llegue el último día de la existencia perderán asombrosamente su valor. Serán computadoras de cincuenta mil dólares cuyo valor habrá llegado a cero.

Jesucristo dijo: «¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida?» (Mateo 16:26).

Cristo nos ofrece cosas de valor eterno, que no se desvalorizan con el tiempo, ni se reducen a cero en el último día. La mejor decisión es rechazar lo efímero y material, y aceptar lo eterno y espiritual.

Por el Hno. Pablo

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